Zhu

Zhu

miércoles, 2 de julio de 2014

El Asunto de los Cartuchos de fusil con grasa de vaca.

Por su trascendencia, paso a publicar un extracto del libro
 LOS GRANDES ENIGMAS HISTORICOS DE ANTAÑO 11

 Concretamente el capítulo referido a la Rebelión de los Cipayos en la India de 1857

 En el se describe la conjura de los cartuchos de grasa de vaca, considerada la mas grande y mejor operación de intoxicación política de la Historia.

 Para que la explosión se produjese no faltaba más que una chispa; y ésta vino con el famoso asunto de los cartuchos. Es lo que había provocado ya los motines, rápidamente reprimidos, de 1856,mas la agitación no había terminado. Los ingleses habían decidido reequipar a las unidades indígenas con un nuevo fusil, el fusil Enfield, que reemplazaba a un mosquetón, el Brown Bess —pasado de moda y pesado— del que los cipayos estaban provistos hasta entonces. Pero el nuevo fusil, cuyo uso aprendían varias unidades cipayas reunidas en el campo de entrenamiento de Dum-Dum, en los alrededores de Calcuta, tenía la particularidad de utilizar un cartucho grasoso que había que desgarrar con los dientes parí volcar el contenido en el cañón.
 Se había extendido entre los cipayos el rumor de que la grasa utilizada para confeccionar los cartuchos ¡era una mezcla de grasa de buey y grasa de cerdo! Era una afirmación explosiva, siendo el buey un animal sagrado para los hindúes y el cerdo —al menos la carne y la grasa de cerdo— un animal odioso para los musulmanes...
 Nunca se ha sabido, exactamente, quién había tenido la genial idea de hacer correr este «bulo» entre los cipayos, pero se puede afirmar que se trata de uno de los mayores éxitos logrados por las «armas psicológicas» en una época en que ni siquiera se conocía el término. Era el medio más simple y más eficaz para hacer estallar el ejército de las Indias y levantar a toda la población contra los ingleses. Cuatro años antes, un general inglés, el general Tucker, jefe de estado mayor del ejército de las Indias, había presentido el peligro y había subrayado el inconveniente que habría en utilizar grasas animales en la confección de cartuchos. A lord Canning también le había conmovido el asunto, pero el general Anson había dado pruebas de una actitud intransigente al declarar a todo el que quería oírle que él no se dejaría influenciar por «prejuicios estúpidos», según su propia expresión. ¿El rumor que corría por los campos —Dum-Dum primero, después Ambala y Sialkot— era solamente un «bulo» como el que decía que las viudas británicas de la guerra de Crimea iban a ser casadas con príncipes hindúes para hacerles niños cristianos? Los análisis efectuados por orden de las autoridades británicas probaron que sólo grasa de oveja —animal que ofrece la ventaja de no tener nada de ofensivo ni para los hindúes ni para los musulmanes— había sido utilizada para fabricar los cartuchos de los fusiles Enfield. Pero, según algunos testigos británicos, es probable que algunos lotes de cartuchos hubieran sido fabricados con grasas de buey y de cerdo.
 Sea como sea y a pesar de las declaraciones británicas desmintiendo el rumor, los cipayos, alocados, rechazaban sistemáticamente tocar los cartuchos ni de cerca ni de lejos.
 Era inevitable un incidente. Ocurrió el 23 de abril. Aquel día, el coronel George Carmichael Smyth, que mandaba en
 Meerut una importante guarnición situada a ochenta kilómetros al nordeste de Delhi, entre el Jumna y el Ganges, al volver del permiso, se enteró, encolerizado, de que su regimiento —el tercer regimiento de caballería ligera— se negaba a manipular los cartuchos «intocables». Hizo reunir enseguida a sus hombres y les ordenó tomar los cartuchos. Smyth recorrió personalmente las filas para exhortar a sus hombres. Ante su confusión y su cólera, ochenta y cinco cipayos se negaron a
 obedecerle. Furioso, redactó en el mismo campo un informe para su inmediato superior, el general Hewitt —un viejo y obeso general que había luchado en las guerras napoleónicas—, pidiendo el juicio de los rebeldes por una corte marcial.
 Desde entonces, había comenzado un proceso irreversible y, por la decisión del coronel Smyth, los ingleses habían caído bonitamente en la trampa que los provocadores les habían tendido a través del terror sencillo y sagrado que habían hecho nacer entre los cipayos.
 Un juicio aparente, en el que tuvieron que participar quince suboficiales indígenas, nueve hindúes y seis musulmanes, tuvo lugar el 8 de mayo en Meerut. Los acusados ni siquiera tuvieron derecho a hablar. Todos estaban condenados: diez años de prisión y, lo que era más grave aún, privación de la pensión a la que tenían derecho después de largos años de buenos y leales servicios.
 A la provocación, las autoridades británicas respondían con otra provocación. Hicieron más todavía: el general Hewitt, que sin embargo no se había entusiasmado con la idea de este proceso, quiso agregar algo más y, sintiendo bruscamente un gusto por la represión, el grueso e impotente hombre —ni siquiera podía montar a caballo de obeso que estaba— ordenó, cosa que no estaba prevista en el reglamento, que los condenados fueran encadenados delante de las tropas: humillación suplementaria que tendría graves consecuencias.
 En efecto, durante toda esta «ceremonia» que duró varias horas, los prisioneros, entregados a los herradores, no cesaron de pedir ayuda a sus compañeros que asistían, llorando a menudo, al tratamiento ignominioso infligido a los ochenta y cinco rebeldes.
 El día siguiente era domingo. Profundamente conmovidos por la escena de la víspera, se arrastraban, ociosos, por las calles recalentadas de este «desierto» polvoriento y triste que es Meerut, una especie de ciudad lunática de los trópicos.
 Los ingleses acababan de terminar su siesta en los bungalows. Se preparaban para la misa de tarde de la iglesia Saint— John. Tranquilo y triste domingo de Meerut: al atardecer una orquesta dirigida por un maestro alemán daría un concierto en el quiosco de música que tenía la pretensión de dar a Meerut un aspecto de balneario.

 Entonces estalla la rebelión. En varios lugares a la vez, como un incendio de varios focos. ¿Había habido preparación? Ya, por la tarde, se habían visto en la ciudad grupos de forasteros,
 venidos sin duda de los pueblos vecinos y que parecían sperar una señal.
 Editions de Crémille, Geneve.

No hay comentarios:

Publicar un comentario